Imagenes de pequeños pueblecitos aislados entre si, nos muestran el rojo, verde y azul del camino y nos traen otros colores, aromas y sonidos. Paramos frecuentemente (practicamos el «piti-pis») y vamos tomando contactos parciales con los entrañables burkinos.
La bella tierra roja arcillosa africana, tan díficil de trabajar, nos acompaña todo el viaje. Rojizas son las casas, hechas de adobe, rojo es el polvo que se mete por todos nuestros poros, rojas son las pistas del camino que recorremos con placer.