Obvio el titular. A menudo nos tropezamos más de tres veces con la misma piedra. Es normal, andamos, corremos y… tropezamos. Pero… y pasear… Pasear no es andar, ni correr, es admirar el camino, verlo con detenimiento, regocijarse en él. Y así es más difícil tropezar; no porque no haya obstáculos, que los hay, sino porque los ves y los sorteas.
Yo ando a menudo por una ruta cercana a mi casa que me lleva al mar. Es un lugar por el que de niña he caído muchas veces, siempre correteando. Ahora empiezo a pasearlo y poco a poco voy cambiando la percepción. Es el mismo sendero, donde está la piedra grande que me hizo caer tantas veces; la misma. Pero algo ha cambiado, cada vez el camino me parece distinto.
Leí El arte de pasear del filósofo Karl Gottlob Schelle y recuerdo como el paseante está atento a lo que ve a su alrededor, aunque se pierda en sus propias reflexiones. Solo así consigue tropezar menos y descubrir otras perspectivas. Como en casi todo hay una técnica y unas pautas: agudizar los sentidos, ser tu propio guía y dejarse llevar por los cambios del paisaje. Difícil, pero posible.
Hoy la curiosidad empuja y el tiempo y el espacio son diferentes. Aprovechar el momento, el camino, el paseo y sortear la piedra… Eso quiero; aunque tampoco vamos a enloquecer si caemos unas cuantas veces más. Al y fin al cabo caerse y levantarse es parte del camino. Solo que intentar ser un artista del paseo capturando imágenes aquí y allá te va pintando un camino diferente. Cada vez distinto.