Me pareció que algunos no se habían movido de allí en siglos, estaban como pegados al lugar. Eran uno con la tierra y su libro sagrado, el Corán
La serenidad de sus gestos, su silencio me ubico: estoy en un lugar sagrado. Extremadamente religioso…
Hice las fotos con el máximo cuidado y respecto, más del habitual, sin interrelacionar con nadie.
Dicen que cuando los musulmanes leen el Libro es como si no estuvieran. Y así me pareció.
En una de las esquinas encontré este artesano. Trabajar y rezar, así se le iba el tiempo.
A punto de marcharnos, un de ellos nos llamo. Lo hizo discretamente e intento comunicarse en un idioma que no entendimos.
Lo que vino después se produjo sin forzar. El y su compañero de rezos quisieron fotografiarse con nosotras. Nos sorprendió, estábamos avisadas que no hablaban con nadie, que no les molestáramos. No lo hicimos. Simplemente accedimos a su deseo: querían foto con nosotras y la tuvieron.
Fue divertido compartir ese momento. Dos mundos, dos culturas diferentes sentados en el mismo banco a la puerta de la Mezquita.