Os cuento el relato de una artesana que nunca oiréis en los libros de historia, a pesar de haber sido una de las mujeres tejedoras más innovadoras y creativas del planeta. Su nombre, Angela y su inspiración: la naturaleza, las leyendas que oyó contar a su abuela allá en Isoso, su comunidad, en la provincia cordillera de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.
Esta diseñadora guaraní, empezó a tejer antes de los trece años y a esa edad tan temprana aprendió a leer las constelaciones y entender el lenguaje de las aguas del río Parapetí . Un río bello, misterioso, que se mueve como el zig zag de una serpiente. Y así escuchando la voz de sus ancestros y con el tiempo, ese gran maestro tan implacable como mortal, descubrió que su cometido en la vida era innovar sin olvidar la tradición de su pueblo. Yo tuve la suerte de conocerla y esta es su historia.
Siendo muy niña aprendió el significado de las estrellas guaraníes escuchando a la mujeres más ancianas del poblado. Ellas le contaron que la primera mujer guaraní que aprendió los misterios del tejido, que aprendió a tejer, fue porque soñó a orillas del Parapetí. Esa primera mujer tejedora se quedó dormida muy cerca del agua y allí soñó con serpientes de ojos grandes, brillantes, con reflejos verdes y azul metálico; un animal de piel queratinosa y movimientos enigmáticos. ‘Para aprender a tejer hay que soñar con víboras, yo las soñé -me dijo Ángela- y en ese sueño me acompañó mi abuela’
Así con el tiempo todo lo aprendido se iba reflejando en sus tejidos, nuevos diseños que ella iba confeccionando. Tejer y tejer por encima de las buenas y de las malas época que vivía. Colores diferentes, mezclas de semillas, tejidos más elaborados, dibujos que expresaban sus experiencia de vida y que evolucionaron como Angela, como su pueblo.
Hablando con ella entendí que caminaba de la tradición a la vanguardia con las ideas muy claras, ideas con raíz en la tierra y mirada en el cielo ‘Esto siempre ha sido arte- me decía- aunque en algunos países teóricamente más desarrollados se empeñen en llamarlo artesanía’. Sentadas bajo un árbol, Ángela y yo practicamos el arte del “Yepoept- corepoti noive”, que significa hacer negocios en lengua guaraní. Palabras que han conseguido sacar a la mujer guaraní del silencio y que su voz se escuche, con respeto, en las Asambleas Comunales, organismos similares a los Ayuntamientos de las ciudades europeas.
“Nos hemos organizado para luchar contra la pobreza – me confesó – no podíamos permanecer impasibles viendo la necesidad que existe en nuestras familias. De ahí surgió la idea de vender lo que desde siempre hemos hechos, nuestros trabajos artesanales. Cada tapiz cuenta una historia, no siempre ha de ser relevante. A veces son simplemente cosas cotidianas”
Narraciones que nunca se han contado de manera escrita al ser de mujeres, de mujeres indígenas. Historias que yo he tenido la suerte de escuchar, de ver, de tocar, de sentir y que perduran en sus tejidos, en su bisutería, en todo lo que hizo.
Y es que Angela a los cincuenta y pocos años murió, así sin más y la noticia me llego como un golpetazo de viento que te sacude, que casi te tira al suelo. Me lo dijo llorando Viki , nuestra amiga común y entre lágrimas me explico que la muerte le habia sorprendido de camino a casa una tarde de color oro y azul rojizo, de líneas verdes y violetas. En la distancia yo también quise llorar y no pude. Solo la imagine andando, innovando, creciendo.
Se que las serpientes del río Parapeti volverán a escoger a otra niña tejedora, que esta se hará mayor y contará las historias nunca contadas de su pueblo, historias de mujeres para toda la humanidad; cuentos reales o inventados para reconciliarnos con la madre naturaleza y volver a brillar. Se que esta niña se hará mayor y tejera y caminara y seguirá innovando, creando , sin olvidar la historia de su pueblo.
Adiós Ángela y gracias por enseñarme como es una mujer creadora capaz de soñar serpientes de ojos azules, leer las aguas , y volar con los pájaros de colores brillantes.